La Deuda
Entró en el bar bien temprano. Se sentó en la barra y el camarero se dirigió a él. No había nadie más en el bar, así que el camarero fregaba vasos para que no se le acumulara la faena. Después de secarse las manos con un trapo multicolor, preguntó al recién llegado qué deseaba tomar.
-Una cerveza bien fría, por favor.
-Espero que tenga usted dinero. Me debe once euros del otro día.
-Si, no se preocupe. Le pagaré esta y lo que le deba.
El camarero volvió a fregar vasos.En la televisión retransmitían la vuelta ciclista a España.
El cliente echó un vistazo al exterior de la calle a través de las grandes cristaleras del local y vio toda la calle vacía, sin un alma.
-Poca gente hoy, ¿no?- preguntó al camarero.
-Sí, estarán todos en la playa. Los domingos en verano no vienen mucho por aquí. Creo que yo también debería cerrar e ir a tomar el sol un poco.
El cliente se acabó la cerveza y solicitó otra. El camarero se la puso rápidamente.
-Menuda fiesta tenían el otro día montada aquellos gitanos. No tendría que dejarlos entrar.
-¿Por qué no? Son buena gente, se gastan los dineros y no se meten con nadie.
-Pero tarde o temprano se la liaran y entonces ya me dirá si son buena gente. Eso si no le roban las ganancias de todo un mes.
-¿Usted que podrá decir? Le vuelvo a recordar que me debe dinero.
-No me compare con esa gente- dijo el cliente algo molesto por la observación del camarero.- Yo no robo a nadie.
-Pues podría hacerlo, así no iría dejando las cosas por fiar.
-Le contaré una historia...
El camarero continuaba fregando los vasos. De vez en cuando echaba una mirada al televisor para ver a los escaladores subiendo un puerto de montaña.
-Una vez- continuó el cliente- conocí a unos gitanos en Viladecans que frecuentaban un bar como este. Todas las tardes, sin faltar ni una, bebían en familia dejándose en el local grandes sumas de dinero. No le voy a decir de donde procedía tanta pasta. El dueño del bar, contento por las ganancias que tenía desde que los gitanos se montaban allí sus fiestas, cerraba algunos días para que estos se emborrachasen a gusto y dejaran a sus mujeres bailar sin problemas. El negocio iba viento en popa, o al menos así lo pensaba el dueño. Lo cierto es que una noche, mientras montaban una de esas pequeñas juergas, los gitanos mataron al dueño y le robaron todo lo que había en el interior del local: maquinas frigoríficas, el televisor, el equipo de música, y como no, la maquina registradora con toda la recaudación del día.
-Y, ¿eso que tiene que ver conmigo?- preguntó el camarero.
-Déjeme acabar. Todo el mundo en el barrio sabía que habían sido ellos, pero nadie se atrevió a atestiguar en su contra, así que la policía, al carecer de pruebas tuvo que archivar el caso.
-Bonita historia, muy bonita. Pero no creo que eso suceda aquí. Además, a ellos los conozco de hace tiempo. En cambio usted no se de donde sale. Hace apenas un par de semanas que le veo por aquí y ya me debe dinero. Ni siquiera se donde vive.
-No me comparará con los gitanos de la historia que le he contando...
-No hombre, era solo por decir algo.
El camarero volvió a mirar la vuelta ciclista. Los escaladores peladeaban como maquinas supersónicas. Parecía imposible subir aquellas cuestas con tanta facilidad.
-Creo que voy a ir a cambiar el agua al pájaro.- dijo el cliente.
Levantándose pasó por delante del camarero y entró en el lavabo. A los pocos segundos salió y entró en la barra.
-Pero, ¿Por Dios, qué hace usted?
De debajo de su camisa sacó una navaja abierta y rápidamente, como un rayo cortó el cuello del camarero. Acto seguido apuñaló varias veces el estomago del confuso hombre, el cual notaba su vida evaporarse entre un charco de sangre. De golpe cayó al suelo y el cliente cogió el trapo con el que antes se había secado las manos el camarero y limpió su navaja. Abrió la caja registradora, saco unos cuantos billetes dejando en el interior unos trece euros y se marchó.
La calle estaba desierta. Seguramente estaba todo el mundo en la playa tomando el sol.
©Rubén Parra y Martínez, 2.003.
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